El mantón de Manila, esta preciosa y delicada obra de arte en tela, tiene un origen milenario. Se creó en China hace miles de años, según señalan algunas fuentes, y el primer mantón se produjo durante la dinastía Tang, 600 años antes de Cristo. Se realizaban con las mejores sedas del país y eran bordados a mano con motivos típicamente orientales como las pagodas, los dragones e inspiración natural como plantas y flores. Estos últimos diseños fueron los que más éxito comercial tendrían aquí en occidente y por ese motivo se comenzaron a producir más ejemplares con este tipo de decoraciones naturales.
A pesar de que su origen se encuentra en el Lejano Oriente, toma su nombre por la ciudad de Manila, capital filipina y colonia española durante largo tiempo. Se trataba de un importante epicentro de comercio marítimo en la época del Imperio Español, que dio comienzo tras el descubrimiento de América en 1492. En esta etapa España colonizó multitud de territorios por todo el mundo, incluido lo que en su momento se llamó las Indias orientales españolas, que abarcaban Filipinas, Guam, Palaos, Islas Marianas, Islas Carolinas, Islas Marshall e Islas Gilbert. La capital de todo este territorio fue precisamente Manila.
En un inicio los mantones estaban únicamente al alcance de la alta sociedad debido a su elevado coste de producción. Al hecho de estar fabricado en sedas delicadísimas y bordados a mano uno a uno, hay que sumar el laborioso trabajo de enrejar y añadir los flecos (también denominado flecado), una labor textil bastante compleja, pero sin duda preciosa, que se dice que fue incorporada a los mantones años más tarde y como influencia de los árabes. Era habitual ver lucir estos mantones a las mujeres de la época; sobre todo tuvo mucho calado entre las féminas relacionadas con el flamenco en el sur de España y en el Madrid castizo, como prenda muy habitual, y en las zarzuelas.
Aunque también hay quien dice que los mantones comenzaron a ponerse de moda en México donde también tuvieron muy buena acogida. Recordemos que se trata de una época en la que el comercio marítimo era muy habitual y las colonias españolas estaban a uno y otro lado de los hemisferios terrestres. Dos puntos de parada de las rutas eran México, más concretamente Acapulco, y Sevilla en España (de ahí provenga probablemente la relación del mantón con el mundo flamenco). Sea como fuere, se trataba de algo más que un complemento, era una prenda que añadía elegancia, distinción y categoría a quien la portase.
Para transportar estas prendas tan delicadas desde Filipinas a lugares tan lejanos se creó un sistema de embalaje a la altura de su contenido. Se fabricaban unas hermosas cajas de madera lacada y pintadas en dorado, talladas a mano y con incrustaciones, también con motivos orientales. Dentro de ellas, se introducía otra caja de cartón recubierta en tela donde se guardaba el mantón perfectamente doblado. Piezas únicas que llegaban a su destinataria en perfectas condiciones de conservación.
Poco a poco, y mediante otro tipo de fabricación menos artesanal, esta prensa pasó de ser exclusiva a popularizarse. Esto provocó que la burguesía dejase de interesarse por ella y así pasó a ser la prenda de moda entre las mujeres de clases sociales menos favorecidas. Solían ponérselo doblado en pico y sobre los hombros (como si fuese un chal o una toquilla) o bien anudado en la cadera.
Muchos pintores y artistas de todos los tiempos han sabido apreciar la belleza de los mantones de manila y es fácil verlos retratados en multitud de cuadros. Como estos tan bellos de Sorolla y Julio Romero de Torres.
O, sin duda, este precioso puzzle que puedes montar tú mismo.