Hoy en día tenemos a nuestro alcance puzzles de diferentes tamaños, desde muy pequeños hasta obras gigantescas que pueden decorar grandes murales, como es el caso de Vida salvaje, un rompecabezas de 33.600 piezas nada más y nada menos (te recordamos esta interesante entrevista que realizamos a su ilustrador, Adrian Chesterman, hace unos meses). También tenemos a nuestra disposición propuestas para todas las edades y niveles y, por supuesto, puzzles de todas las temáticas, desde paisajes, a grandes obras de arte convertidas en pequeñas piezas que ir ensamblando.
Pero hubo un tiempo en el que los puzzles eran mapas y tenían una curiosa finalidad, que no era precisamente la de ubicarse en un territorio. Vamos a ver de qué se trata.
Allá por el año 1766, John Spilsbury, un cartógrafo inglés que fue aprendiz de Thomas Jefferys, el geógrafo real de la corte del rey Jorge III, tuvo la original idea de pegar los mapas a unas planchas de madera y cortarlas utilizando las fronteras entre los países como línea de corte. ¿Qué pretendía Spilsbury con esto? Pues no era para evitar transportar grandes rollos de mapas, ni para trazar rutas entre los territorios, sino para un fin mucho más sencillo y educativo: enseñar geografía a sus alumnos. A medida que estos iban aprendiendo, podían colocar cada pieza, fracción o país en el sitio correspondiente, formando así el mapa completo. Probablemente, el bueno de Spilsbury, sin saberlo, estaba dando forma al origen de los puzzles actuales.
Tanto los alumnos, que agradecían aprender una materia tan compleja como la geografía de una forma tan divertida, como los padres, que veían como sus hijos progresaban en la asignatura, como las escuelas cercanas, vieron en estos mapas cortados un gran potencial, y enseguida este invento se convirtió en un auténtico éxito.
En un primer momento, se crearon los cuatro continentes: Europa, África, Asia y América (no es que nos hayamos confundido, es que en aquella época, solo se conocían estos cuatro), y también formó los rompecabezas de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda. El invento recibió el nombre de “mapas diseccionados” y así es como se popularizó.
Los mapas diseccionados fueron un auténtico filón y su creador decidió crear su empresa de fabricación y venta de puzzles. Contrató a un ayudante, Harry Ashby, para que le ayudase con la elaboración de los mapas, ya que era una tarea artesanal bastante laboriosa que requería hacerlos uno a uno, pegar el mapa y cortarlo después con una segueta, o sierra especial para este tipo de láminas de madera.
Apenas tres años después de mostrar al mundo su creación, Spilsbury fallece de forma repentina en 1769 a los 30 años. Su ayudante Harry Ashby, que ya sabía cómo funcionaba el negocio, y su viuda Sarah May se harían cargo de la empresa, continuando con la fabricación y venta de los puzzles. Tiempo después de la muerte de Spilsbury, la relación de Sara y Harry pasó a ser algo más que laboral y decidieron casarse.
Ya en el siglo XIX, otras compañías empezaron a comercializar también este tipo de mapas diseccionados, y el invento siguió creciendo, proliferando y convirtiéndose en un exitoso producto. De hecho, comenzaron a introducirse otro tipo de imágenes, dejando de ser puzzles exclusivamente de mapas y dando paso a otras temáticas. Este es el momento en el que comienzan a denominarse, en inglés, jigsaw puzzles.
Más adelante, en el año 1900, el troquelado se hizo de forma industrial, de forma que se abarataron costes y se mecanizó la labor. Además, se comenzaron a crear sistemas para que las piezas encajasen mejor y los puzzles no se desarmasen con tanta facilidad, lo que mejoró su conservación una vez montados. También empezaron a realizarse en cartón en lugar de madera únicamente. Todas estas mejoras y avances permitieron que este juego se extendiese a todas las clases sociales, no únicamente a las clases altas o aristocráticas.
De hecho, durante la Gran Depresión los puzzles vivieron su máximo auge, y es que el coste era bastante accesible y permitía entretener tanto a niños como adultos, de forma que las familias aliviaban así la terrible realidad de la crisis, juntándose durante horas entorno a un rompecabezas.