En primer lugar vamos a situarnos en el contexto histórico. El 2 de mayo de 1808 tuvo lugar el levantamiento en el que las clases populares madrileñas se sublevaron y levantaron las armas contra la ocupación francesa. Por eso, cada año, el 2 de mayo se celebra el día de la Comunidad de Madrid.
Gracias al tratado de Fontainebleu que se firmó en 1807, las tropas de Napoleón, con la excusa de llegar a Portugal, entraron en la Península con la verdadera intención de hacer crecer el imperio de Napoleón mediante la adhesión de la corona española.
El pueblo madrileño, molesto con la presencia de los franceses, y ante los rumores de que la familia real española iba a ser expulsada y deportada, se congregó frente al Palacio Real. La tensión iba creciendo por momentos, y cuando los soldados franceses intentaron sacar al infante Francisco de Paula, la gente comenzó a asaltar las puertas del Palacio al grito iniciado por José Blas de Molina “¡Que nos lo llevan!”. Este acontecimiento provocó que la guardia abriera fuego contra la gente que allí se agolpaba, lo cual provocó aún más la furia del pueblo, que decidió luchar y enfrentarse a los franceses también para vengar a los muertos y expulsar a aquellos que querían acabar con la Corona española.
En ese momento comenzó el levantamiento del 2 de mayo.
Esta noticia se difundió rápidamente por todo Madrid y se desató la violencia generalizada en contra de los franceses de forma espontánea e improvisada, un hecho que significó el comienzo de la Guerra de la Independencia, contienda que duraría hasta 1814, de ahí que también se la conociese como Guerra de los Seis Años o Guerra española.
Fue en ese mismo año de 1814 cuando Francisco de Goya y Lucientes terminó de pintar el cuadro titulado Los fusilamientos del 3 de mayo en Madrid o Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, en el que el pintor plasmó el dramatismo de la escena que observó él mismo a través de una pequeña ventana tal y como narró su propio mayordomo Isidro. Y que retrataba los momentos de revuelta en el que lo soldados abrían fuego para controlar a un pueblo sublevado.
El hecho de que Goya presenciase la escena (e incluso llegase a acercarse al lugar en el que acaba de acontecer el suceso para tomar notas con su cuaderno) hace que todo el cuadro posea un enorme realismo y traspase el lienzo para impregnar al espectador con el horror y el dramatismo de la escena.
En el cuadro se observan caras de pánico y los cuerpos de los recién fusilados amontonados en un suelo lleno de sangre. Llama la atención el farol que ilumina de forma tan dramática la figura del hombre vestido de blanco cuyos ojos y brazos levantados parecen pedir clemencia. Este personaje es sin duda el punto central de la obra y donde el espectador fija en primer lugar su atención.
También se observa gente tapándose los oídos y los ojos para no escuchar ni ver un escenario tan cruel. Al fondo tras la montaña, el paisaje de un Madrid que se muestra oscuro y tenebroso.
En la actualidad el cuadro se conserva en el Museo del Prado de Madrid, junto con otras obras del autor. Sin duda es una de las obras pictóricas más importantes de Goya y también de la pintura española de todos los tiempos.
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