Érase una vez una joven tan bella, tan bella, tan bella que dejó sin palabras a un príncipe indio. La joven era Arjumand, hija del primer ministro de la corte y tenía solo 15 años. El príncipe se llamaba Kurram y fue coronado emperador unos años después de ese primer encuentro pasando a llamarse Shah Jahan (rey del mundo). Pero no adelantemos acontecimientos.
La primera vez que se vieron, Arjumand se estaba probando un collar de diamantes en un bazar. ‘¿Cuánto cuesta el collar?’ preguntó Kurram impresionado por la belleza de la joven. ‘10.000 rupias’, le contestaron. El príncipe compró la joya sin dudarlo y se la regaló a Arjumand, que se enamoró de él inmediatamente.
Sin embargo, tuvieron que pasar cinco años más para que se vieran de nuevo. Fue en el día de su boda, la fecha en que Arjumand se convirtió en la tercera esposa del príncipe y pasó a llamarse Mumtaz Mahal (la elegida de palacio). Corría el año 1612. Mumtaz fue siempre la preferida y durante años vivieron el uno por el otro hasta que al dar a luz a su decimocuarto hijo, la emperatriz murió y dejó a Shah Jahan desolado y sumido en una gran tristeza.
Y fue entonces cuando el emperador ordenó la construcción del Taj Mahal (corona de palacio) en honor a su amada esposa muerta. El trabajo duró 22 años y se necesitaron unos veintidós mil trabajadores. No se sabe quién fue el arquitecto pero para su construcción se trasladaron a Agra las mayores riquezas del mundo: mármol blanco de Jodhpur, jade y cristal de la China, turquesas del Tíbet, ágatas del Yemen, zafiros de Ceilán, diamantes de Golconda y la lista sigue y sigue. Se dice que hasta se desvió el curso del río Yamuna para que el mausoleo se reflejara en sus aguas al ser construido en una de sus curvas.
Tan cuidada fue su edificación que los cuatro minaretes que lo flanquean están inclinados hacia afuera para que en caso de terremoto no se desplomen sobre la tumba de su esposa. El eco de su interior es capaz de sostener una nota musical durante más de 15 segundos. La cámara mortuoria está rodeada de paredes de mármol incrustadas de piedras preciosas que, en penumbra, filtran la luz traduciéndola en mil colores.
Una vez acabado, la idea del emperador era construir otro mausoleo idéntico en mármol negro en el que ser enterrado. Se edificaría al otro lado del río y ambos estarían unidos por un puente de oro. Su hijo Aurangzeb impidió este plan. Aprovechando el estado depresivo de su padre, Aurangzeb mató a todos sus hermanos con la excepción de dos chicas y le arrebató el poder a su padre. A continuación, lo encarceló en una torre del Fuerte Rojo de Agra, frente al Taj Mahal. A los 74 años y ya moribundo, el destronado emperador pidió que colocaran un espejo en una de las paredes para poder morir mirando la tumba de su esposa.
El Taj Mahal, este poema al amor construido por joyeros, está considerado una de las siete maravillas del mundo. Quizá no puedas permitirte coral de Arabia o lapislázuli de Afganistán. Quizá traer ámbar del océano índico se te haga un poco farragoso, pero seguro que sí que puedes reconstruirlo pieza a pieza y sentir así un poco de la magia que esconde esta joya arquitectónica. ¿Qué mayor prueba de amor puede haber?